14 de mayo de 2013

Mi profesión: ¿La publicidad?


Trabajo en una profesión que nació con prisa, con los pies por delante. Una profesión en la que tomarte tu tiempo está mal visto, porque nunca hay tiempo para nada, donde el día dura más de 24 horas y los fines de semana, cuando llegan, ya se han acabado. Donde se planifica todo para luego no cumplirse nada y donde el cliente termina dirigiendo el “arte” como experto mientras que la agencia mira para otro lado y se palma el bolsillo.

Una profesión multitudinaria, con voz y voto, pero sin sindicatos ni derechos de autor, aunque las oficinas estén repletas de artistas y autores y las campañas de grandes obras de comunicación socio-culturales, que marcan tendencia y agenda en muchas ocasiones de colectivos enteros.

Aquí no hay posibilidad de huelga ni manifestación, porque somos un grupo de profesionales plagado de individualidades y egos, cuyas políticas empresariales son dirigidas por accionistas sentados en sillones de cuero, sin idea alguna de lo que es la Publicidad.

Una profesión que, en sus primeras décadas, era ese niño curioso que todo se lo llevaba a la boca y todo lo toca, pero que en su adolescencia, allá por los años 50-60, se convirtió en un ser mimado y tan sobrevalorado que paso su madurez a la vera de los grandes presupuestos del Above, y cuando quiso darse cuenta, ya era un viejo anquilosado, sordo y mudo, cuyos repetitivos gritos ya nadie escuchaba.

Empezó a morir su eficacia una vez aparecida la era postmodernista, a principios de los 80, aunque en España duro más su algidez (también porque el capitalismo feroz llegó más tarde) y durante los primeros años del siglo 21, con la aparición de Internet y el resurgimiento de las estrategias y campañas del Marketing Directo y otros soportes ya caminaba, esta publicidad tradicional, coja, sin los enormes presupuestos que la mantenían caminando con pie firme por el mundo de la comunicación desde hacía casi un siglo.

El mono-logo evolucionó hacia un ser superior: El diá-logo, donde ahora el público estaba activo, tenía voz y voto y podía ser escuchado… Pero por desgracia la industria publicitaria no estaba preparada para escuchar. Tantos años oyendo sus propios y orgullosos alaridos, que ya no sabía distinguir ni valorar la opinión de los públicos… Tanto tiempo creyéndose “el mago de la imagen” que se le olvidó, como un Alzheimer cultivado en el caldo del egocentrismo, que éramos, los publicitarios, en realidad “vendedores detrás de máquinas de escribir”.

Y es que realmente la publicidad, como herramienta de venta, debería nutrirse de resultados. Sin embargo prefiere atiborrarse de la grasa metálica de los festivales publicitarios, mirándose año a año, una y otra vez, en su propio espejo… como Narciso en el lago.

Galardones estéticos éstos, al fin y al cabo, loables y mágicos, porque la mayoría golpean directamente el corazón, crean notoriedad e incluso cambian opiniones o hábitos, pero que adolecen de un alma vendedora o un enfoque comercial en la mayoría de las ocasiones.

La publicidad. Una profesión apasionante, pese a lo kafkiano de sus propia existencia.

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